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Los cuentos de Canterbury
" La mala suerte ha sido. Estoy tan acostumbrado a soplar el fuego que esto, supongo, ha cambiado el color de mi rostro. Yo no suelo mirarme en los espejos, sino que fatigosamente trabajo en intentar transmutar metales. Nosotros andamos siempre desviados y contemplamos el fuego sin parar, pero a pesar de toda nuestra esperanza jamás logramos nuestro deseo. A muchos engañamos y a otros pedimos prestado, algo como una libra o dos, o diez, o doce y aún mayores cantidades, y así les hacemos creer que doblaremos su dinero al menos. Pero todo es falso, porque, aunque nuestros deseos son buenos, no pueden realizarse, y desde luego no por falta de ensayos. Sin embargo, la ciencia de la alquimia está tan lejos de nosotros que no somos capaces de alcanzarla, y, digamos nosotros lo que sea, ella acaba siempre por deslizarse hasta que nos convierte en mendigos. |
Cantar del Mio Cid (España)
A los que conmigo vengan que Dios les dé muy buen pago; también a los que se quedan contentos quiero dejarlos. Habló entonces Álvar Fáñez, del Cid era primo hermano: "Con vos nos iremos, Cid, por yermos y por poblados; no os hemos de faltar mientras que salud tengamos, y gastaremos con vos nuestras mulas y caballos y todos nuestros dineros y los vestidos de paño, siempre querremos serviros como leales vasallos." Aprobación dieron todos a lo que ha dicho don Álvaro. Mucho que agradece el Cid aquello que ellos hablaron. El Cid sale de Vivar, a Burgos va encaminado, allí deja sus palacios yermos y desheredados. |
La Leyenda dorada
" Los tres días inmediatamente anteriores a la fecha de su muerte permaneció el santo abad con los ojos abiertos y totalmente inmóvil; y como uno de sus religiosos, para comprobar si vivía o estaba muerto, le tocara levemente, habló Agatón y dijo: - Estoy a punto de comparecer ante el tribunal divino. - ¿Tienes miedo? - preguntáronle los monjes. El abad respondió: - Con el auxilio de Dios, durante toda mi vida he procurado cuidadosamente guardar los mandamientos, pero como soy hombre, y por tanto frágil, no sé si mis obras habrán sido gratas o no al Señor. Ellos le dijeron: - Padre, no abrigues la menor duda: todo cuanto tú has hecho se ha ajustado perfectamente a la ley divina. El santo replicó: - No estaré yo seguro de ello hasta que el soberano juez haya dictado su sentencia. Los juicios de Dios no siempre coinciden con nuestros propios juicios. Trataron los religiosos de seguir confortándole, pero él los interrumpió y les dijo: - Hacedme la caridad de no hablar conmigo, porque estoy muy ocupado. Poco después de decir ésto, expiró. " |